La familia salió de paseo ayer domingo, como buenos campesinos, para ver las luces de la capital. Siendo que está asustadoramente oscura hace 20 años, más o menos, La Habana nos sorprende en estos tiempos con algunas avenidas iluminadas y un floreciente comercio nocturno de bares y restaurantes de comida rápida (y pésima), que no dejan de darle un color atrayente a los curiosos visitantes.
Atención, no queremos decir que estamos en la ciudad-luz, pero cierto flujo de dinero en la calle ha promovido el consumo en mercados, tiendas y locales de diversión. Debe ser el capitalismo permeando suavemente, por ósmosis, a la mayor de las Antillas, bastión irreductible del socialismo. Che Guevara quizá se revuelve en su tumba de Villa Clara.
Todo este discurso para llegar a que la familia se hizo presente nuevamente en el barrio chino para comer el Sue Yu Tong, donde Geovani se delició con los pececitos del acuario del restaurant, tomó la teta, se desgració, fue cambiado en el baño del establecimiento y una vez más se robó las miradas de todos los comensales y dependientes deslumbrados con su belleza y encanto.
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