Dichas cuevas tienen 3000 metros de extensión y fueron descubiertas accidentalmente en 1862 por un explorador. El divertido paseo es una aventura espeleológica entre el resbaloso fango, las estalactitas y estalagmitas (¿cuál es cuál?) y la calurosa humedad.
En realidad solo un tercio de estas cuevas son pasibles de visitación, por razones de seguridad. Allí tomamos fotos, nos informamos con el guía que explicó detalles curiosos y pudimos jugar buscando similitudes de formas con las piedras y cristales que vimos.

Esta formación geológica constituye una prueba de que hace mucho tiempo el territorio que hoy es Cuba estuvo sumergido, pues, entre otras evidencias, se encuentran restos fósiles y conchas marinas incrustadas en los techos de las cavernas.
En estas cuevas no viven animales, con excepción de las cucarachas, ni ha vivido el hombre, pues estaban herméticamente cerradas hasta su descubrimiento. Y a los murciélagos no les apetece el lugar, pues es muy húmedo.
Este punto turístico tiene buena estructura de recepción, estacionamiento, dos restaurantes, juegos para niños, tienda y
hay un pequeño museo que explica con fotos y documentos cómo ha sido la historia del lugar. Cuevas de Bellamar es un paseo imperdible para quien visita la ciudad de Matanzas.
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